lunes, 18 de marzo de 2024

Los senos de Capadocia

 


 

La amplitud de la ciudad donde habito,

en realidad, cualquiera del mundo,

se acaba siempre comprimiendo en una medicina asfixiante,

cerrado su cielo por minaretes de emisión

que propagan un espeso aire forrado de estímulos,

Babel premeditada en la que mi conciencia se pierde

en rostros hermosos que atraen para luego rechazar,

ambiguos velos mostrando

lo que nunca se dejará atrapar, aunque se ofrezca,

el sudor de las piernas femeninas

atrapando con su olor sensual y esquivo,

debajo de las normas,

prometiendo relaciones humanas

con contrato y sexo sin consumar,

y enmascarando el amor en la música

del contoneo incansable de las caderas de la ciudad,

la polis oriental que se expresa

con el primario almuecín del deseo,

que no es vida ni muerte,

limbo intermedio del éxtasis

en un primario y estéril abandono,

retroalimentado con espasmos de frustración milenaria,

las insinuantes curvas tiránicas de la civilización,

Scheherezade narrando Estambul sin mostrarla

con una voz que muerde

a través de la piel de los sueños.

 

No puedo evitar sentirme rechazado

aunque tal vez sea yo quien me rechace,

el olor de la macabra sensualidad no realizada

impregnando implacable la pituitaria del alma

que ninguna ciencia ha logrado demostrar,

individuo inerte con intermitente deseo

que le hace parecer vivo.

Esa es la materia que forma mi Capadocia personal,

la lava erupcionando del volcán del recuerdo

mezclada con la litosfera del presente,

generando caprichosas formas en la meseta de mi cerebro,

la vida hablando a través de los átomos

que dan forma a la sensualidad asesina de la erosión,

el cuerpo de mujer terroso haciéndome avanzar

a través de la superficie de lo posible,

cuando acaricio lo que hay detrás de la materia

y el latido crea el aire.

Los senos de Capadocia by Jose Ángel Conde Blanco 

is licensed under CC BY-NC 4.0



Foto:

-Henna, serie de Jeanjoel Spatafora

 

 







jueves, 15 de febrero de 2024

Prosaica

 


 

La necesidad de la salvación surge de la culpa,

heredada por nuestros ancestros desde las paredes

de la placenta que sirve de puerta a nuestro nacimiento,

la culpa de haber nacido y no saber ni siquiera definirnos,

ni ser capaces de definir nada,

lanzando preguntas que se propagan en una infinita línea,

alejándose como el sonido en el espacio.

Surgen así los objetivos,

la creación de necesidades y de sus satisfacciones,

la carrera ciega hacia el sentido por la felicidad,

la paz y la estabilidad.

Cuando todo esto se ha conseguido

sólo quedan los poetas de lo oscuro,

los soldados negros que saben

que el único combate es contra nosotros mismos.

De la conciencia de la imperfección,

de la solidaridad con los otros imperfectos,

personas todas amputadas de plenitud,

surgen los pilares de la tristeza y la melancolía,

y, entonces,

todo se cubre de amor,

hasta donde alcanza la existencia.

 

Prosaica by Jose Ángel Conde is licensed under  

CC BY-NC 4.0

 

 

 Foto:

-Rostros de Roj Friberg

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de enero de 2024

Lecciones de contingencia

 


Las colillas se deslizan como gusanos a través del cenicero,

son minutos gastados que sirven para devorarse a sí mismos,

detritus alimentando a detritus.

Las ideas nacen de la misma forma como fetos hacia dentro,

pura contradicción viva en la existencia más indiscutible que nunca,

la existencia que devora incansable.

Los gusanos,

muertos como un tejido sin dueño que lo vista,

avanzan hacia el éter de lo posible

formando la piel del objeto llamado cuerpo con vida,

en realidad, una pulsión energética que alimenta su propio sueño de metafísica

buscando convertir su corazón de etérea y caduca carne en piedra.

Es este el cuerpo,

en constante descomposición confundida con movimiento y devenir,

conceptos similares para definir al cadáver sin cara,

cuando sale arrastrándose de la cárcel de su nicho

para encontrar libertad en la eterna reflexión sin fondo de la cuneta de la vida.

Los gusanos rodean lo que busca ser esencia,

nubes cambiantes que no consiguen ser un rostro,

que no consiguen fijar la vida, la realidad de mi ser,

mi mundo reflejado en este agujero formando un borrón hacia fuera

por la imposibilidad de definir lo que soy

y porque mi espejo no refleja a los demás,

el amor, ese intento de adoptar el rostro de otro.

Por eso no tengo cara,

ni sé quién soy porque no hay una matemática que me defina

como una composición de unos y ceros,

porque la materia oscura que compone el hipotálamo

no deja pasar las definiciones a través de su ósea puerta.

No sé en qué planeta vivo,

pero no puedo vivir en el tuyo porque no tengo puertas

y los átomos se aparean como plagas de insectos.

Polvo por fuera,

el complementario,

el doppelgänger espiritual como fe en medio del abismo.

La mujer hueca surge como una aparición necesaria,

un espectro que responde sin preguntar en medio de la soledad,

su alma saliendo también a hacer preguntas por un agujero en su espalda,

desde la conciencia serpenteante encerrada en la médula espinal.

Dorso de la vida,

disección sangrienta de la conciencia,

con hilos de hemoglobina chorreando

por la superficie de la piel del reverso de la mente,

ríos de sustancia perdida hacia no se sabe qué mar de percepción.

La realidad pasa como una mujer con mil caras,

pariendo instantes, madre de percepción.

Una lágrima eléctrica sale de la pantalla como un error fotónico;

son las ficciones a las que me agarro para buscar dentro una existencia,

igual o distancia,

definida o indefinible,

que me acaricie,

amando lo cambiante y lo artificial,

obligado por la omnipotencia de lo inasible,

los sentimientos viajando a través de las caprichosas formas moleculares

que ejecutan las venas de sangre en los árboles del cielo.

Me obligo a vivirlo todo, mártir cotidiano,

la suciedad como muestra de la vergüenza

que me saque como un electroshock de la muerte por inanidad,

la noche como crucifixión para salir de lo mediocre,

la catarsis del ridículo de ser imperfecto,

temblando más que caminando cuando pongo el pie en la calle;

es como lanzar un grito de socorro a través de la civilización de hormigón,

para que no me aplaste,

para que nuestras vivencias se junten de una vez

para formar una frase con sentido,

dos seres contradictorios amándose por fin,

como dos palabras.

 Lecciones de contingencia by José Ángel Conde is licensed under CC BY-NC-ND 4.0


Foto:

-Slaughterhouse de cirrus-art.